Pequeña carta a la coherencia
Vivimos para justificar nuestra existencia. El creyente se ahorrará el arduo trabajo de definirse pues abrazará su fe como identidad única. Me dirijo, entonces, al ateo. No al agnóstico ni al escéptico, ellos decidieron no molestarse en estos temas. Prosiguiendo, el ateo coherente sea quien entienda su vida como una praxis en su conjunto y no divida palabra, pensamiento y acción a su menester. Es nuestra falta de control y autoconocimiento lo que conduce a una vida indecisa e interrumpida constantemente por brotes fortuitos y efímeros de felicidad. Esto no hace más que alienar a receptor quien acaba experimentado los retales de una supuesta vida que más tarde narrará con la voz de la sabiduría a unos absortos educandos. Así es como no terminamos de dar con el sentido de nuestra vida y, prestos a sentirnos mejor buscamos reparar la de otros. Consecuentemente, acabamos encallados en una gran paradoja de falsas virtudes. Somos el mal médico que se ciñe al protocolo e invi